El gigante enfermo | La Lupa

Real Zaragoza 0 – 3 Villarreal

El partido que el Real Zaragoza jugó esta última jornada fue el más corto de la historia. Duró cinco minutos. Durante ese tiempo se vió combinación de balón, varios toques seguidos y un par de tiritos inocentes que indicaban la existencia de una portería rival. Eso fue todo. Con esto podríamos dar por terminada toda concepción narrativa del evento y marcharnos a hacer otra cosa en nuestras vidas. Lamentablemente parece que este año no hay margen para felicidad para los zaragocistas, ni para la tranquilidad, como no sea la derivada de la desesperación, del hastío, y de la asunción de una impotencia evidente.

El partido, por supuesto, continuó, pues enfrente había un rival de empaque, un Villarreal que no había tenido mucho éxito en sus visitas anteriores a La Romareda. Y que se encargó de demostrar en esta ocasión que si está en el tercer puesto de la clasificación es por un motivo justificado. En efecto, le bastaron un par de acercamientos para sentenciar el encuentro: un magnífico disparo lejano efectuado bajo la aquiescencia de los defensores, y un tiro de esos que parecen centros, y que fue contemplado por el ínclito Leo Franco como quien mira el pasar de las gaviotas. La culpa a repartir entre todos es tan abundante como una tarta de cumpleaños sin estrenar, pero es triste observar como la actuación de este hombre, que quizás en su día fuese un gran portero, nos trae recuerdos infaustos de otros nombres como Chilavert o Mondragón.

Con un marcador ya totalmente decantado, el Villarreal se encargó de hacer las cosas fáciles, sin perder en ningún momento el control del partido, y lo que es de agradecer para nosotros, sin avasallar al Zaragoza, que podría haber resultado chamuscado de forma humillante. Viéndoles, podíamos intuir un tiempo en el que veíamos cosas como fútbol de combinación, de juego colectivo, de estructura en el centro del campo, un tiempo en el que la defensa sacaba el balón, lo pasaba a los creadores, y estos distribuían por el centro y por las bandas, enviando y devolviendo balón, atentos a los desmarques de los mediapuntas y a las segundas oportunidades. Era cuando había velocidad y acierto de cara a la portería rival. Tiempo de grandes nombres, tiempos que ya están lejanos, y que al pensar sobre ellos, hace que nos sintamos como los descendientes de una Arcadia feliz ya extinta.

Evidentemente los males de este equipo no radicaban en el anterior equipo técnico. No al menos todos ellos. Gay bastante hizo con su labor de capataz ajustado al precio y a los recursos disponibles. Su cese era aconsejable por el efecto catártico que pudiera conllevar, suscitando cambio o revolución, pero el problema tiene raíces más profundas. Es un problema de calidad, de competitividad. EL Real Zaragoza está mal preparado para competir en primera división. No es que todos los jugadores sean malos. Muchos de ellos jugarían en otros equipos. Pero es que no hay nadie destacable de referencia, y por supuesto, no hay delantera.

Además de ello, este domingo se echó en falta actitud combativa entre los jugadores, si bien en su descargo se podría hablar de la superioridad del equipo contrario, que hacía recordar por momentos esos partidos entre un primera y un segunda división, en los que el equipo inferior moja solo si se despista el otro. Eso, sumado a la confusión reinante, y a la expulsión de un Contini ya marcado por los árbitros en la liga española, acabó propiciando uno de los sainetes más tristes vistos por estos pagos. Toda una exhibición de impotencia. Era tal la evidencia que el público en masa empezó a irse faltando veinticinco minutos. Sin pitos, sin abucheos, con la narcosis inducida por el frío y la abulia, el estadio parecía un gigante enfermo al que la sangre se le escapase por los vomitorios. Eso es el Real Zaragoza en la actualidad, un enorme y desmadejado guiñapo.

Si Aguirre decide continuar y no desesperarse como en su día hizo Irureta, si llegan los refuerzos necesarios, si los rivales no se alejan más de ocho o diez puntos y si además tenemos la paciencia suficiente para soportar dos o tres meses más de oprobio, entonces será posible, y solo posible, que al final del todo haya algo de luz. Mientras tanto, seguimos en el sótano y a oscuras.

Por Ron Peter

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