I want to believe | La Lupa

Real Zaragoza 2 – 1 Real Sociedad

“I want to believe”, “quiero creer”, tal era la frase con la que se encontraba Fox Mulder, en cada ocasión en la que, sumido en sus reflexiones más íntimas, decidía alzar la mirada hacia la pared de su despacho. Allí, como un altar, estaba el cartel. Una enorme fotografía rancia, hecha en un tiempo en el que no existía el photoshop, con un borroso platillo volante gris metálico flotando en el cielo. Mulder solía mirarlo al final, después de haber estado todo el capítulo persiguiendo un enigma de índole extraterrestre o paranormal, y habiéndose quedado –por poco- sin poder ni confirmar, ni desmentir el misterio. Los guionistas, en un gesto de magnanimidad hacia el personaje, le concedían ese momento místico, ese instante en el que uno mismo se plantea que si bien no encontró la solución, todavía puede seguir creyendo en su existencia. Al fin y al cabo, la verdad está ahí fuera.

Esa manifestación de esperanza en que hay algo, que aún siendo escurridizo puede ser percibido y demostrado, es la que puede sentir el aficionado zaragocista después del partido de ayer, un lunes frío y desapacible, pero también un partido primero de año, con las connotaciones anímicas que ello podía aportar. El equipo empezó algo inconexo, pero muy pronto cogió las riendas y en un instante, una gran jugada de Sinama, con un control orientado que dejó al defensa vendido, y un tiro dirigido de forma impecable al fondo de las mallas. Hacía tiempo que las gradas no disfrutaban de un gol a favor y tan temprano. El equipo se asentó, cogió confianza, y adoptó el balón, tocando con criterio y seguridad. Pero no estaban preparados para el último mal guiño de la fortuna.

De repente, un árbitro, y nada que ver con goles anulados, ni penalties, ni expulsiones, no, un hombre, considerado por el reglamento, como el equivalente a un poste o palo de banderín, que se interpone y sirve en bandeja un pase al ataque realista, que no desperdicia. El gol en contra más absurdo posible. Nada que objetar, ni conspiraciones, ni mala voluntad, ni errores de la defensa. Pura mala suerte. En un momento parecía irse al traste toda la confianza edificada, toda la estructura del partido. Era a todas luces injusto, y más dado el transcurso del encuentro, en el que los blanquillos habían llevado la iniciativa y se habían acercado con más peligro a la portería rival.

El partido se volvió desordenado, de destino incierto, con una sensación de fatalidad en el ambiente, como si ningún esfuerzo fuese suficiente para ganar. Sin embargo, el equipo no se vino abajo, y tras el descanso, siguió intentándolo. Aguirre decidió quemar todas las naves, y engrosar la lista de delanteros en la hierba. Había que creer. Muchos pensábamos ayer, viendo el partido, que no podía ser, que una especie de ley o justicia no escrita, debería ponderar las cosas, y dejar el marcador como estaba. Y al final, con Braulio en el campo, el gol de la victoria que hacía justicia. Para los inquietos y curiosos dejaremos el misterio de la impasibilidad del colegiado ante el abrazo de la muerte de Contini a Tamudo en el minuto 93. ¿no lo vió?¿lo vió y el remordimiento le paralizó como a los políticos cuando les preguntan por las irregularidades en las contratas? Para siempre permanecerá la respuesta, en el limbo del misterio.

Fue el mejor partido del Real Zaragoza esta temporada. No fue muy brillante, pero si intenso, y con mucha emoción. Supuso además, descubrir que este equipo puede sostenerse durante 90 minutos y puede vencer a otros equipos. También quedó confirmado que los jugadores son fuertes mentalmente, pues no es fácil aguantar verse los últimos durante tanto tiempo, que eso quema. Ayer lucharon hasta el final por la victoria. Los refuerzos siguen haciendo falta, porque se ha obtenido algo de oxígeno, pero seguimos en el agua donde cubre, y no nadamos muy bien.

Y al final, tras el partido de ayer, tres puntos que suman, pero que tampoco alimentan fantasías. Al igual que sucedía en los capítulos de expediente X, un motivo para seguir teniendo esperanza, que ni confirma ni desmiente, pero que sostiene el hilo argumental, y al fin y al cabo, la vida deportiva, que es de lo que se trata.

Por Ron Peter

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