El barco fantasma | La Lupa

Hércules 1 – 1 Real Zaragoza

Pocas cosas hay tan unidas a un halo de misterio y romanticismo, como la silueta rota y fría de un barco fantasma. Así ha sido desde que existen las Artes marineras, desde que el hombre puso su ojo en el mar infinito y quiso surcarlo, construyendo navíos cada vez con más dominio y más boato. Cuanto más altanero era un barco al navegar, cuanta más admiración hacía brotar de las gentes en los puertos, más hueco se hacía en la tristeza y el recuerdo ese mismo bajel cuando llegada su hora, se rendía inerte ante la omnipotencia de las aguas devoradoras o, en un destino más prosaico, emprendía el último rumbo del desguace.

Pero había barcos que no encontraban su destino. Simplemente se perdían en la noche, envueltos en la niebla. Barcos que nunca regresaron a puerto ni dejaron restos que pudieran certificar su hundimiento. Unos decían que habían encallado en tierras lejanas, otros que si la tripulación enloquecida había hundido la nave, y otros que si algún pirata había tomado posesión de la misma para sus siniestros fines. Sea como fuere, el barco a veces, se dejaba ver, para volver, raudo a desaparecer.

El Real Zaragoza que todos conocimos, ese club histórico con tantos años jugando decorosamente en Primera División, con éxitos esporádicos en España y Europa, con grandes jugadores a nivel incluso mundial, ese club con un nombre que inspiraba simpatía, respeto y admiración allí por donde iba, ese club tal y como lo conocimos, ya no existe. Se ha convertido en un barco fantasma.

El descenso de categoría acaecido la temporada pasada es tan solo una consecuencia lógica de esa decadencia. Desgraciadamente no podemos pensar en un hecho fortuito. El equipo llevaba tres años descendiendo en lo deportivo y en lo social. Al final pasó lo que tenía que pasar, y ya estamos donde nos corresponde, de momento. El futuro no está sembrado de esperanza. El gran pirata sigue ahí, y con él toda su patética falta de escrúpulos, basados firmemente en la moral del dinero.

Quizás sea el castigo que nos merecemos, una afición narcotizada, que ha visto degradarse a su equipo progresivamente y que ha sido incapaz, al igual que las instituciones políticas de Aragón, de expulsar definitivamente a un tipejo cuyas tropelías vamos a estar pagando mucho tiempo, ya sea con dinero, ya sea con un descenso en la calidad de los jugadores. Eso lo vamos a estar pagando durante años. En Segunda División, o más abajo.

¿Más abajo? ¿Puede ser? Sí, si. Insisto: el Real Zaragoza, tal y como lo conocimos, ya no existe. Esto es ahora un equipo de perfil bajo. O aprendes a quererlo como a un equipo de barrio o de ciudad pequeña, o desconectas. La prensa local, insuflando optimismo, nos lo venderá como un aspirante al ascenso, ya veremos hasta cuando. De momento, estreno en medio de agosto, con un equipo en pruebas. Nuevo entrenador que empieza de cero y que enseguida percibe el aura depresiva que emana el equipo. Mucho trabajo tiene por delante.

Habrá aficionados jóvenes que se acostumbren pronto al nuevo paradigma. Ellos serán la base del futuro. Los más viejos lo intentaremos. Pero antes, déjennos mirar hacia atrás, al horizonte y contener una lágrima cuando creamos vislumbrar, por un instante allá a lo lejos, navegando sobre las crestas óceanas, la imagen más dorada y hermosa de nuestro Real Zaragoza victorioso, nuestro barco fantasma anclado en la bruma del tiempo.

Por Ron Peter

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