1971-72 (5): Inicio de la 2ª vuelta marcado por los pinchazos

iriondo

IRIONDO

Tras la primera vuelta el equipo daba más sensación de solidez y conjunción que meses antes, pero no acababa de cuajar del todo. A la ausencia de un buen organizador, se sumaba la poca fiabilidad del juego por las bandas, tan sólo Rico, cuya temporada era excelente, era capaz de abrir las defensas por los extremos, pues ni Martín ni Oliveros ni Totó ofrecían soluciones y Leirós aún no había demostrado sus cualidades. A todo esto había que sumar que fuera de casa era fácil que los rivales hicieran el partido del año y costaba sangre, sudor y lágrimas arañar puntos. Se habían conseguido 32 goles, cifra respetable, pero los 18 encajados eran demasiados. Galdós llevaba 8 goles, un buen montante para alguien que debutaba en el fútbol de nivel, mientras que Ocampos había logrado 7, a los que habría que añadir las asistencias. Por el contrario, al equipo le faltaban extremos incisivos y centrocampistas con llegada.

El Elche llegaba a La Romareda en alza; tras una breve mala racha, había recuperado el buen ritmo y tenía en la tabla los mismos puntos que el Zaragoza. Su producción goleadora era notablemente inferior a la del Zaragoza, pues había conseguido 22, aunque encajaba casi la mitad que nuestro equipo: solamente 10. Casi todos sus goles se los repartían dos de sus fichajes: el catalán Sitjá (8) y el murciano Melenchón (7). No obstante, la gran revelación del año lo había sido el paraguayo Montero, un centrocampista de gran planta, con un disparo tremendo y de un enorme despliegue físico, sobre él, la veteranía de Canós y los goleadores citados se sostenía el edificio ilicitano. En la alineación que puso sobre el césped Roque Olsen destacaba el extremo diestro Vavá, un goleador que había sido pichichi de primera e internacional en los tiempos de Eduardo Toba y que ahora se encontraba ya en los últimos momentos de su vida deportiva.

El mister zaragocista repetía equipo, aunque con un ligero cambio, bajando a Molinos a la media y adelantando a Planas al interior derecho; de esta manera se ponía junto a Violeta un jugador de brega y empuje, mientras se concedía al de Almudévar mayor peso y responsabilidad en el equipo. Enfrente, Roque Olsen, mister ilicitano, presentaba una alineación muy conservadora, con dos medios marcadamente defensivos –el paraguayo González y el veterano Llompart- y dos interiores de contención, como Silvio y el aragonés Romea; quedaban claras las intenciones de Olsen, que aspiraba al empate, a la espera de que sonara la flauta.

Pero esta vez la flauta no sonó, aunque costara abrir la lata levantina más de lo que refleja el marcador final. El primer tiempo fue un monólogo de ataque zaragocista, con el mismo empuje que el día del Oviedo y la falta de creatividad de ese mismo día y los anteriores. Ocampos se peleaba con la dura zaga del Elche, que tenía a Bonet y González dedicados a machacar al paraguayo, mientras ni Galdós ni los extremos eran capaces de aprovechar el trabajo del fornido ariete paraguayo.

Pero el Elche acabó pagando su conservadurismo y cuando Ocampos, con un prodigioso cabezazo al acabar el primer tiempo abrió el marcador, no tuvieron capacidad de reacción, quedando a merced del Zaragoza. En la segunda mitad el Zaragoza machacó la victoria con goles de Javier Planas, al sacar magistralmente una falta al borde del área ilicitana, y Galdós. El triunfo fue merecido y supuso un bálsamo para jugadores y afición.

Además del Elche, también perdieron Castellón, Leonesa, Logroñés y Valladolid, mientas el Oviedo sólo era capaz de empatar en Jerez; la jornada había sido completa, a lo que cabía añadir que, con la precaución que hay que poner siempre a la hora de hacer pronósticos en el fútbol, que en el caso de Logroñés y Valladolid, sus derrotas parecían descartarles de la lucha.

A pesar de todo, no era prudente lanzar las campanas al vuelo, quedaba mucha liga y aún había tiempo para nuevos tropezones. Por desgracia, éstos llegarían mucho antes de lo previsto.

El equipo tenía que jugar el siguiente partido contra uno de los colistas, el Racing de Santander; efectivamente, tras los resultados del último domingo, los cántabros compartían el farolillo rojo con Jérez y Ferrol. La temporada de los santanderinos estaba siendo nefasta, y no habían dejado de ser el equipo débil y anodino que había pasado por La Romareda a principios de temporada. Llevaba encajados 25 goles, a la vez que había marcado 17. Su máximo goleador era el interior zurdo Tasio, que llevaba 5; destacaba una defensa que solamente era cambiada por fuerza mayor, comandada por Santamaría y Chinchón, con dos laterales de la cantera del Real Madrid: De la Fuente y Espíldora y un cierre de la casa, Santi.

Parecía que Iriondo había encontrado su equipo-tipo, y esta vez tan sólo efectuaba la ya habitual modificación en el extremo derecha. La visita a un rival tan débil como el Racing parecía exigir una alineación con más dinámica ofensiva, pero los jugadores creativos parecían no ser tenidos en cuenta por el vasco.

El Real Zaragoza volvió a tropezar en la piedra de siempre; se encontró a un rival enrabietado, peleón, dispuesto a llevarse por delante al “equipo grande” con casta y esfuerzo, así como con el apoyo de una afición que llenaba el campo. Frente a estos argumentos el Zaragoza no fue capaz de hacer valer su teórica superioridad, no mandó en el partido, se dejó comer terreno y se puso nervioso. En este tipo de encuentros, el equipo local, sabiéndose inferior, suele salir a toda máquina, y solamente cuando no consigue su objetivo de marcar, empieza a perder el ánimo y baja la guardia; se trataba por lo tanto de aguantar con paciencia y saber estar las acometidas racinguistas de la primera media hora, pero esto no lo pudo o no lo supo hacer el equipo aragonés, que antes de ese límite temporal ya perdía 1-0 merced a un gol de Platas, uno de los jugadores más en forma del equipo del Sardinero.

Quedaba mucho partido por delante, pero el Racing puso el autobús, se empleó con fuerza y entrega hasta el final y el Zaragoza ni siquiera fue capaz de lograr el empate. Hubo ocasiones de hacerlo, pero Ocampos estuvo siempre muy marcado y Galdós tenía el día fallón; los extremos Martín y Leirós siguieron mostrando cual era el punto más débil del Zaragoza en 2ª División. La derrota final supuso un tremendo jarro de agua fría y un nuevo paso atrás en las aspiraciones de ascenso.

Para colmo de males, todos los rivales del Zaragoza en la tabla habían conseguido la victoria.

La situación no era la mejor para recibir al líder, el C.D. Castellón. Los de La Plana estaban realizando una Liga espectacular desde el principio; habían tenido un pequeño bache, pero éste había durado muy pocos partidos. Era un equipo muy regular, el francés Lucien Muller había conseguido un conjunto compacto y con gran poder ofensivo. Efectivamente, su delantera se había hinchado de marcar goles: 34; destacaban en esta faceta dos jugadores: Manolo Clarés, típico delantero oportunista, que llevaba diez tantos y el interior Leandro, un jugador que hasta entonces había tenido un discreto deambular por el fútbol levantino y que al tiempo de llegar su equipo a Zaragoza había logrado once goles; Leandro se aprovechaba de que el teórico extremo, Félix, se retrasaba al centro del campo para entrar con más facilidad por el lado izquierdo del ataque rival. Lógicamente, esa capacidad goleadora venía generada por el trabajo de construcción que realizaban en el medio campo Cayuela y Ferrer, con la colaboración del citado Félix. La defensa era sólida, con jugadores muy duros, como Oscar y Babiloni, a quienes Muller permitía muy pocas aventuras ofensivas. La gran estrella del Castellón era el madridista Juan Bautista Planelles, un auténtico lujo de jugador que llevaba varias semanas lesionado.

La prensa se encargó durante toda la semana de insistir en la importancia del partido, animando a los aficionados a llenar el campo con la esperanza de que los jugadores respondieran con buen juego y, sobre todo, con un triunfo.

El partido trajo un buen ambiente futbolístico a Zaragoza. Vinieron muchos seguidores del Castellón, animados por la buena campaña del equipo y la relativa cercanía con Zaragoza. Los aficionados locales también respondieron y, sin llenar el campo, acudieron en masa a La Romareda.

Iriondo seguía sin hacer modificaciones, insistiendo en privar de creatividad al medio campo y en retrasar la posición de un Galdós que se había mostrado más efectivo en posiciones de ataque, donde el mister insistía en la ineficacia de Martín.

El Zaragoza estuvo desde el principio muy metido en el encuentro; con más fuerza que clase fue el dominador de todo el primer tiempo, y como premio a su esfuerzo, consiguió adelantarse en el marcador merced a un buen cabezazo de Galdós que no pudo atajar Araquistaín. La defensa castellonense capeó el resto del temporal y su veterano portero, muy seguro toda la tarde, pudo irse al descanso sin encajar más tantos.

Por desgracia para el Zaragoza, en la segunda mitad las cosas cambiaron; el Castellón, excelentemente dirigido por Cayuela y Félix, se hizo dueño del encuentro y puso cerco a la meta aragonesa; no tardó en conseguir frutos, pues cuando quedaban 20 minutos una internada de Leandro por la izquierda fue concluida con un tiro cruzado que se coló en la portería, no sin cierta colaboración de Manolo Villanova, que en esta ocasión no tuvo la seguridad que solía mostrar.

El equipo no tuvo capacidad de reacción; el Castellón pareció conformarse con el empate, que era un excelente resultado para sus intereses, mientras que el equipo de Iriondo acabó el encuentro en un “quiero y no puedo”. El entrenador sí que reaccionó esta vez, metiendo a dos jugadores técnicos, Santos y García Castany, pero éstos no tuvieron tiempo de dar nuevo rumbo al equipo.

El empate final dejaba al Zaragoza en situación aún más complicada, alejado del liderato y con el “goal-average” desfavorable con un rival directo. El Zaragoza acababa la jornada empatado en el tercer puesto con el Elche, y aunque la Cultural Leonesa llevaba varias dando muestras de desfondarse, Castellón y Oviedo parecían muy firmes en los puestos de cabeza.

Tras el paso de los favoritos por Zaragoza, la situación había ido a peor; solamente se había podido conseguir el triunfo ante el Elche, mientras que la derrota en El Sardinero agravaba, si cabe, el panorama. Había que visitar el viejo estadio de Pasarón, donde esperaba el Pontevedra.

El Pontevedra era un equipo venido a menos; su estadio de “Pasarón” había sido en los tiempos de Primera un lugar donde los grandes tenían que luchar hasta el final si querían sacar algo positivo; ahora el equipo gallego deambulaba sin pena ni gloria en la zona tibia de la tabla. No tenía mala trayectoria atacante, pero su defensa era débil y encajaba bastantes goles. Últimamente el equipo había mejorado algo sus resultados, destacando su centro del campo en el que el lider era el veterano Antonio, un buen medio volante que había regresado a Pontevedra tras un poco exitoso paso por el Sevilla y que poco antes de acabar la temporada fallecería en un trágico accidente de coche, junto a él destacaban Pataco, cedido por el Atlético de Madrid y Plaza; en el ataque su goleador era Carballeda, con 5 tantos hasta ese momento y la revelación el diminuto extremo catalán Masferrer.

La victoria en Pasarón era obligada, aunque Rafa Iriondo seguía sin cambiar de planteamientos; volvió a dar una oportunidad a Totó, pasando a Leirós a la otra banda …. El resto seguian los de siempre.

El partido de Pasarón fue un calco del jugado quince días antes en Santander; el Zaragoza no pudo con la presión, ni la externa de un campo lleno y enfervorizado ni la interna provocada por los nervios y la responsabilidad. El Pontevedra tardó algo más que el Racing en ponerse por delante en el marcador, pues el gol de su ariete Carballeda, a quien parecía sentarle bien jugar contra los maños -en la ida ya había marcado dos goles- llegó al comienzo de la 2ª parte, pero la incapacidad de rehacerse de los aragoneses fue idéntica.

Recuerdo la impotencia del comentarista radiofónico Eduardo González al narrar los avatares de este partido, en el que el Zaragoza volvía a defraudar de manera superlativa a la afición. El partido acabó con una derrota que era una nueva oportunidad perdida, y cada vez quedaban menos.

Venían ahora dos partidos seguidos en casa: Tenerife y Jerez visitaban La Romareda y parecía una oportunidad de oro para, cuando menos y bajo el abrigo de los aficionados, enlazar dos victorias seguidas, confiando que unido a posibles tropiezos de los rivales, se pudiera recuperar algo del terreno perdido.

El Tenerife ya no era el equipo novato y recién ascendido de la primera vuelta; había ido creciendo y, tras una buena racha de resultados, estaba aposentado en la zona tranquila de la tabla. Desde el principio de la Liga se mostró como un equipo difícil de batir, con dos buenos porteros que se alternaban en la titularidad (Domingo y Del Castillo), un central alto y muy seguro, Molina, y dos laterales de pocas aventuras ofensivas, pero difíciles de superar, Lesmes y Pepito; los medios volantes Roberto y Cabrera, altos y fuertes, constituían una segunda barrera muy difícil de pasar. Pero el equipo canario fallaba en el ataque, hasta que llegó el nuevo entrenador, el uruguayo Héctor Núñez, concedió los galones de la titularidad al veterano José Juán, que ya había encabezado el ataque de la Unión Deportiva Las Palmas en sus mejores años de Primera, y que había respondido a la confianza en él depositada con 9 goles, a José Juan le surtían de balones dos extremos llamados a empresas mayores: Juanito, que se iba a ir pronto al Barça y Laguna, un joven valor cedido por el Atlético de Madrid . El uruguayo Bergara, ex del Sevilla, ejercía de cerebro del equipo.

El equipo contaba con las bajas de dos puntales: Rico y Galdós; esta situación hizo que Iriondo sacará del desván a Luis Costa, que volvía a jugar después de muchos meses sin vestirse de corto, y que a la larga acabaría siendo una de las claves del ascenso. Leirós había perdido loa titularidad y el veterano Irusquieta cubría la ocasional baja de Rico.

El partido frente a los canarios fue muy difícil; el Tenerife estuvo muy bien plantado sobre el terreno de juego, los defensas marcaron con eficacia a los atacantes zaragocistas, de manera muy especial a Felipe Ocampos, quien llevaba además varios partidos sin mojar; Cabrera, Roberto y Esteban taponaron el centro del campo de tal manera que el Zaragoza no pudo moverse con la comodidad de otras veces; pero por encima de todos destacó un jugador que era hasta entonces un desconocido, el extremo izquierdo Laguna, que llevó el pánico a la defensa aragonesa y mostró una clase excepcional.

El primer periodo terminó sin goles, y lo peor era que no se intuía cómo el Zaragoza podía abrir la lata canaria. A lo largo de la segunda mitad Iriondo volvió a recurrir a Santos, si bien éste no tuvo lucidez ante sus paisanos, sacando igualmente a Leirós por un ineficaz Martín, con quien además la tenía tomada el público. Mediada la reanudación, el árbitro señaló un dudoso penalti a favor del Zaragoza; precisamente al equipo no se le pitaba uno desde el partido de la primera vuelta en el estadio tinerfeño; el encargado de ejecutarlo fue de nuevo Totó, que con un toque suave y magistral dejó clavado a Domingo y adelantó a su equipo en el marcador. Parecía que a partir de ahí todo sería coser y cantar, pero instantes después Laguna completó su fenomenal actuación con una volea con la izquierda que dejó helados a los espectadores de La Romareda y devolvió al marcador un empate que empezaba a sonar a definitivo.

Pero en esta ocasión, la fortuna que tan pocas veces había favorecido al equipo a lo largo de la temporada se vistió con el uniforme blanquillo y en una buena jugada de Nando Molinos por la banda derecha, su centro pasado lo remató de cabeza al fondo de red el central zaragocista González viniendo desde la izquierda; faltaban menos de cinco minutos y el tanto dio al Zaragoza una tan importantísima como inmerecida victoria. Fue paradójico el desenlace de este partido: uno de los equipos que mejor fútbol había despegado en La Romareda se marchaba de vacío merced a un tanto logrado por uno de los jugadores que más estaban siendo discutidos en los últimos meses, pues por ciertos sectores de la prensa y afición se atribuía a Manolo González la responsabilidad de algunos de los goles que habían alejado al equipo zaragocista de su único objetivo.

Las derrotas de Oviedo y Leonesa, unidas al empate del Castellón daba aún más valor a la victoria zaragocista; Logroñés seguía de cerca y al grupo con aspiraciones se había unido el Rayo Vallecano, con una segunda vuelta excelente que aún le mantenía las esperanzas de llegar por fin a Primera.

El trabajado y complicado triunfo ante el Tenerife reabría la puerta de la esperanza; los demás resultados habían favorecido y el acenso se volvía a considerar un objetivo al alcance de la mano, …. siempre que no se reincidiera en nuevos tropezones.

Como se dijo, tocaba repetir partido en casa, y el nuevo rival parecía mucho más asequible que el Tenerife. El Jerez Deportivo llevaba una marcha muy renqueante en la División de Plata y el Zaragoza era muy superior. Se encontraba el equipo andaluz a la cola de la clasificación, en un cuádruple y fatal empate con Hércules, Ferrol y Langreo. El principal mal que aquejaba a los jerezanos era su poca mordiente atacante, pues solamente había conseguido 14 goles en 23 partidos. Su directiva ya había intentado el remedio de cambiar de entrenador, sustituyendo a D. Villalonga por un experto en la categoría, el levantino Camilo Liz.

Pero el problema del Jerez era algo más que el acierto de quien lo dirigiera desde el banquillo, pues se trataba de un equipo de corto presupuesto y que no se había reforzado convenientemente para afrontar una nueva etapa en 2ª División. Solamente el veterano capitán Ravelo, el exmadridista Eduardo González y el veloz e incisivo extremo derecho Del Pozo eran capaces de estar a la altura, el resto eran un conjunto de jóvenes voluntariosos y veteranos de vuelta de todo.

El entrenador zaragocista presentó una alineación similar a la del Tenerife; Rico volvía a la titularidad cumplida su sanción, Santos ocupaba el puesto del lesionado Planas, mientras que Galdós seguía en el dique seco y Luis Costa tenía continuidad. El habitual carrusel de extremos se resolvía esta vez a favor de Leirós y Totó.

Frente a los jerezanos el Zaragoza hizo un buen encuentro, aunque el resultado no fue rotundo (se ganó 2-0) y los goles no llegaron hasta el segundo tiempo, el equipo barrió del campo al rival y pudo obtener una goleada de escándalo.

El verdadero protagonista del encuentro fue Ocampos, que no solamente marcó los dos tantos, uno con el pié y otro con la cabeza, sino que llevó literalmente por la calle de la amargura a los defensas andaluces, quienes no sabían lo que hacer para parar la avalancha de juego del paraguayo. La nota negativa fue la lesión de González, que ya no pudo jugar en lo que quedaba de temporada.

Las dos victorias seguidas en casa habían dado al equipo un fuerte empujón en la tabla, aunque se seguía estando fuera de los tres primeros puestos y era necesario confirmar la mejoría en los siguientes encuentros.

El siguiente partido era propició para dar un golpe fuerte en la mesa; se viajaba a Valencia para jugar con el filial Mestalla, un conjunto que solamente había sido capaz de ganar cuatro partidos en su propio campo y que técnicamente estaba muy por debajo del Zaragoza.

Iriondo contaba para este encuentro con las bajas del lesionado González y el sancionado Vallejo, suplidos por Molinos e Irusquieta, reapareciendo Planas y contando el mister vasco con la veteranía de Eleuterio Santos y Luis Costa.

El partido se disputó el domingo por la mañana y el Zaragoza no pudo con los bisoños jugadores valencianos. Manolo Mestre, un viejo zorro del fútbol, hizo un planteamiento inteligente, le dio el dominio al Zaragoza, pero maniató a sus jugadores y sostuvo el empate a cero inicial hasta que el colegiado pitó el final del encuentro. El punto conseguido era un pobrísimo bagaje que dejaba una semana más al conjunto aragonés distanciado de la meta deseada.

Corría el mes de marzo y el rial que se presentaba en Zaragoza era el San Andrés; los catalanes llevaban una temporada discreta, sin ninguna aspiración y sin problema alguno de permanencia. Parecía un rival asequible y quienes acudimos a La Romareda esperábamos ver unos cuantos goles de nuestro equipo: desgraciadamente no fue así.

En la alineación aragonesa destacaba la vuelta de Vallejo, el afianzamiento en la titularidad de García Castany y una nueva oportunidad para Armando Martín. En el rival llamaba la atención el la presencia de Borrás, que regresaba al campo donde había jugado las últimas tres temporadas, el resto eran jugadores que no habían pasado de la segunda división.

El partido fue muy flojo, posiblemente el peor jugado por el Zaragoza en toda la temporada; el San Andrés jugó de forma ordenada y no dejó resquicios a una delantera zaragocista que no tenía su día, en especial un desfortunadísimo Felipe Ocampos; el meta Hernández, que no era el titular habitual, tuvo una serie de intervenciones destacadas y la afición contempló con impotencia como al acabar el encuentro se repetía el marcador del domingo anterior: un empate a cero que suponía un revés todavía más grave.

Faltaban doce partidos para acabar la Liga y el ascenso parecía que se empezaba a alejar; dos puntos en dos partidos a priori asequibles era un bagaje muy pobre y el equipo de Iriondo veía como el Castellón se distanciaba a 5 puntos, y el Oviedo y el Elche a 4; eso sí, Logroñés y Leonesa parecían perder fuelle.

En el mes de febrero se abrió y cerró la participación del Zaragoza en la Copa; se trataba de un Torneo históricamente propicio al equipo, pero con las peculiares circunstancias de esta temporada no existía ni interés en el club ni expectación por parte de los aficionados. El primer rival fue el Tarrasa, uno de los gallitos del grupo III de tercera división –de hecho acabaría segundo y jugaría la promoción de ascenso-, un equipo en el que sus jugadores más destacados eran el meta Capó, que con los años jugaría en primera con el Sabadell y el ariete canario Lo, salido de la cantera de la Unión Deportiva Las Palmas. En tierras catalanas el equipo cosechó un intrascendente empate a cero, mientras en Zaragoza se imponía por la mínima gracias a un gol de Totó.

El siguiente rival ya era de primera; el sorteo deparó al Málaga, que estaba haciendo una buena temporada y que además de los clásicos Martínez, Montero, Monreal, Arias, Migueli, …. Tenía como estrellas al meta Deusto y al volante argentino Sebastián Viberti, que por entonces era objeto del deseo de los dos gallitos de siempre, Madrid y Barça y habían fichado ese año a otro argentino, Vilanova, un fino interior con bastante fútbol en sus botas. El partido de ida se jugó en La Romareda y terminó con empate a un tanto, siendo Ocampos el autor del gol zaragocista; como en La Rosaleda los andaluces se impusieron 1-0 el Zaragoza quedó fuera y se pudo dedicar a la única tarea que ese año valía, regresar a primera.

Imagen sacada de la página: http://personales.ya.com/hinshabetiko/entrenadores_html.htm

Por Falçao.

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