1971-72 (3): Rafa Iriondo comienza a enderezar discretamente el rumbo

Ya sin Rosendo Hernández, la meta inmediata era el siguiente partido, que se iba a disputar en Tenerife y en el cual, mientras no se contratara a un nuevo mister, el equipo estaría dirigido por un hombre de la casa que ya había tenido que desempeñar tal interinidad en otras ocasiones: Juanito Jugo.

El Tenerife acababa de subir de Tercera y su comienzo había sido muy discreto, teniendo solamente dos puntos en su casillero tras sendos empates. Practicaban el típico fútbol de la escuela canaria y su indiscutible figura era el extremo derecho Juanito, un jugador rápido y ratonil que, mediada esa misma temporada, ficharía por el Barça; también destacaban Jorge, Felipe y Medina, tres delanteros que acabarían jugando en 1ª división con el Las Palmas, el primero con más éxito que los otros. El lateral Lesmes y el sobrio volante Cabrera eran otros jugadores destacados. Frente al Zaragoza no fueron convocados los dos fichajes estrella del año: el zurdo Laguna, joven promesa perteneciente al Atlético de Madrid y el brillante interior uruguayo Bergara, fichado del Sevilla; también habían sido adquisiciones de ese año dos veteranos del histórico Las Palmas que años antes había plantado cara al mismísimo Real Madrid: el lateral izquierdo José Luís y el ariete José Juan, ninguno comenzó la temporada de titular, si bien mientras el defensa no se llegó a vestir de corto, el goleador José Juan acabó siendo indiscutible y consiguiendo la nada desdeñable cifra de 14 goles. Al frente del equipo se encontraba un joven mister al que se auguraba un gran futuro y, con los años, acabaría en nómina del Zaragoza: Javier García Verdugo.

La alineación suponía cierta vuelta al equilibrio y la cordura; se seguía confiando en la veteranía de Villanova, mientras Rico y Violeta regresaban a sus puestos naturales, a la vez que se volvía a dar un voto de confianza a García Castany y aparecía por vez primera Felipe Ocampos, el agresivo ariete paraguayo de casi dos metros que acabaría siendo fundamental para conseguir la meta deseada.

El Zaragoza no realizó un gran partido, pero sí que se mostró desde el primer momento como un conjunto serio, sólido y veterano; se notó, y mucho, la presencia intimidante de Ocampos en la delantera, así como el regreso de José Luís Violeta a su puesto y la seguridad y aplomo de Villanova. Avanzado el 2º tiempo surgió la oportunidad con un penalti pitado por el colegiado que fue magistralmente lanzado por Totó y supuso la primera victoria a domicilio del equipo. En los días posteriores, el brasileño declaró que los encargados de tirar los penaltis eran García Castany y él, pero el catalán le había manifestado que no se encontraba con la moral suficiente para hacerlo.

El equipo consiguió no despegarse de la cabeza, donde todos los rivales –Castellón, Elche, Oviedo y Leonesa- habían vencido y sobre todo, había conseguido cambiar la tendencia negativa de las últimas semanas.

Por fin hubo fumata blanca y se fichó un nuevo entrenador: Rafa Iriondo. El ex delantero del Athletic fue considerado por casi todos como el hombre adecuado: tenía experiencia, mano izquierda y sapiencia futbolística y ya había demostrado su capacidad llevando a primera dos años antes al Español. No obstante en el siguiente partido, a disputar en Jerez, se seguiría sentando en el banquillo Juan Jugo, presenciando Rafa Iriondo el encuentro desde la tribuna. El semanario “Zaragoza Deportiva” realizó un excelente reportaje en el que se reflejaban los sabrosos comentarios del nuevo técnico zaragocista mientras presenciaba el partido que realizaban sus nuevos discípulos.

El Jerez Deportivo era otro recién ascendido a 2ª división, y los caprichos del calendario quisieron que fuera el segundo partido consecutivo fuera de casa del Zaragoza. Los jerezanos eran entonces un conjunto muy modesto que no hacía fichajes de relumbrón y solía abastecerse de jugadores formados en equipos andaluces. Lo entrenaba Diego Villalonga y tenía un jugador que destacaba sobre los demás: Del Pozo, quien al año siguiente ficharía por el Betis y llegaría a ser campeón de Copa, era un extremo veloz, hábil y con cierto instinto goleador. También sobresalían el ariete madrileño Domínguez, el medio Parra, que luego jugó en el Málaga y el cerebro Ravelo, un centrocampista entrado en años que en su momento jugó en 1ª con el Córdoba; en verano se habían incorporado al equipo el exmadridista E. González, que jugaba de lateral y de medio defensivo y el centrocampista Beigveder, que el año anterior había jugado algún partido con el Málaga en la máxima categoría.

El partido se había adelantado al sábado y se jugó en horario nocturno. Juan Jugo había optado por confiar en el equipo que había vencido en Tenerife, con el único cambio del argentino Martín por Duñabeitia, lo que suponía en principio un planteamiento más ofensivo. Sobre el papel, el Zaragoza era infinitamente superior a los andaluces y, de hecho, en el partido el dominio territorial correspondió siempre a nuestro equipo, pero en un contraataque el veterano Ravelo marcó un gol que los aragoneses fueron incapaces de remontar. Rafa Iriondo desde su lugar en el campo pudo comprobar lo mucho que le quedaba por trabajar.

La derrota suponía un nuevo retroceso, el equipo se quedaba en 9ª posición y, lo que es peor, veía como Elche, Castellón y Oviedo le cogían ya 5 puntos de distancia, el Logroñés, 3 y el Rayo y la Leonesa, 2. Iriondo comenzaba a trabajar: se iniciaba una nueva época en la que el club ya partía con desventaja.

En la jornada siguiente La Romareda era visitada por el Mestalla, el único equipo filial que en aquella época deambulaba por la Segunda División; no tenía grandes jugadores pero no andaba demasiado mal clasificado. Al equipo lo entrenaba Manolo Mestre, antiguo central del Valencia que desempeñaba la función de técnico de confianza de la casa, habiendo entrenado en varias ocasiones al primer equipo valencianista. En la plantilla destacaban dos jugadores: el guardameta Balaguer, que sería muchos años titular de la portería en el primer equipo y el delantero Nebot, un veterano jugador que llevaba una trayectoria inversa a la habitual, pues tras jugar en el ataque del Valencia, agotaba sus últimos momentos deportivos en el filial. También lucían el fino interior izquierdo Vega, los arietes Lis y Víctor, que acabarían jugando en primera con Granada y Salamanca respectivamente, el media punta Teca y Esteve, un extremo zurdo con tendencia a irse al centro del campo que a final de año ficharía por el Burgos de 1ª División.

La primera alineación de Rafa Iriondo no presentó excesivas novedades; seguía confiando en la defensa titular, volvía a sacar a Ocampos de ariete y a Galdos más retrasado, a la vez que confiaba por vez primera en el escurridizo extremo Oliveros. La presencia de Santos en el 2º tiempo parecía una declaración de su intención de recurrir a su veteranía en momentos puntuales.

El partido no tuvo complicación alguna para el Zaragoza, que superó desde el primer minuto a un Mestalla flojísimo; la mala actuación del portero Febrer también tuvo que ver algo con la goleada. En los primeros minutos un cabezazo fulminante de Ocampos puso el marcador en franquicia a los aragoneses, mientras que tras una falta, Bustamante dejaba el partido casi resuelto. Se veía por primera vez a un Zaragoza poderoso, rápido y ambicioso que mostraba una clara superioridad; lucieron de manera especial tres jugadores: Violeta, que era el auténtico líder del equipo, Rico, un puñal por la banda derecha y Ocampos, que volvía a ser el de su primera época en España.

El 2º tiempo fue más flojo, pues el Zaragoza levantó el pié del acelerador, aunque se pudieron ver dos nuevos goles, uno de Totó, en un fallo clamoroso del portero valenciano y otro, esta vez con el pié, de Ocampos.

El Zaragoza ascendía al séptimo puesto, aunque los tres primeros habían ganado también y seguían demasiado lejos. Al menos, el equipo tenía ya una consistencia y un orden que al principio brillaban por su ausencia. No obstante, tras comprobar que en su campo el equipo iba a ser poco menos que intratable, la asignatura pendiente continuaba siendo los partidos a domicilio, donde el Zaragoza era el equipo a batir y todos sus rivales hacían el partido del año; el balance hasta ese momento era de tres derrotas en cuatro partidos, algo muy distante de lo necesario para llevar el ritmo que el ascenso exigía.

El nuevo compromiso a domicilio fue en el campo del San Andrés, equipo de Barcelona que disputaba sus encuentros en el estadio Municipal de Santa Coloma y que, tras ascender años atrás en una emocionante promoción frente al Racing, se había convertido en un clásico de la categoría, con buenas campañas que le garantizaban un puesto fijo en la zona templada de la clasificación. El San Andrés se solía abastecer de jugadores de la cantera catalana, especialmente de algunos que habían jugado en el Español, club con el que mantenía una colaboración permanente. En la plantilla del San Andrés había hasta cinco jugadores que habían jugado con los de Sarriá: el lateral uruguayo Bergara, Riera, un expeditivo central que “repartía” bastante, los centrocampistas Tovar y Giralt, que prácticamente no habían tenido relevancia alguna en Primera y el interior ofensivo Rodilla, componente de la famosa delantera de “los delfines”, que estaba ya en su declive, junto a ellos había unos cuantos jóvenes valores, como Patro, Puig Viñeta o Laredo, que luego jugó en Barcelona y Sporting de Gijón; también cabe destacar a Serena, extremo derecha que había marcado el gol del triunfo del Real Madrid frente al Partizan de Belgrado en la Final de la Copa de Europa de 1966 y Ángel Mur, lateral derecho que luego se hizo famoso como masajista del F.C. Barcelona; aunque la auténtica figura del equipo era el delantero Martín, un goleador que garantizaba entre 15 y 20 goles por temporada; sus fichajes más importantes habían sido el guardameta aragonés Comas, que venía del Sabadell, el ex zaragocista Borrás y el ya mencionado Rodilla. Su míster era un clásico del fútbol regional catalán, Luís Aloy.

El partido se jugó por la mañana, como era habitual en el campo de Santa Coloma. El Zaragoza, una vez más, comenzó el partido con la empanada, pues a los pocos minutos de su inicio Tovar, de un disparo desde fuera del área, batió a Villanova y volvió a hacer sonar las alarmas. Afortunadamente, Galdós devolvió el equilibrio al marcador pocos minutos después, pero seguía quedando claro que la Segunda División no iba a ser un paseo y que el ascenso iba a costar sangre, sudor y lágrimas.

Al filo del descanso se produjo una jugada que pudo haber cambiado el signo del partido; Riera, como hemos dicho un defensa durísimo y que había campado a sus anchas durante todo el primer tiempo, hizo una entrada escalofriante al brasileño Totó, como consecuencia de la misma el propio Riera sufrió fractura de tibia y peroné, abandonando el campo en camilla y con la tarjeta roja. El Zaragoza jugó, por lo tanto, más de la mitad del envite con superioridad numérica, pero fue incapaz de aprovechar tal circunstancia, terminando el partido con un empate que sabía a poquísimo.

El siguiente equipo en visitar Zaragoza volvía a ser una de las teóricas “marías” de la categoría, la Unión Popular de Langreo; el conjunto asturiano solía estar a caballo entre la Segunda y la Tercera División y se mantenía con un presupuesto muy limitado. Su entrenador era Laureano Ruiz, acostumbrado a trabajar con gente joven y que sabía sacar “petróleo” de plantillas muy modestas. No había en el Langreo jugadores de relieve; su plantilla estaba formada por gente modesta de la cantera asturiana y algún veterano venido a menos. Entre sus jugadores destacaban el aragonés Fidalgo, un buen medio volante, el portero Giraldez, que en su día jugara en primera con Deportivo de La Coruña y el delantero Secades, que llegaría a jugar en el Real Oviedo; ese año habían venido muchos jugadores nuevos, si bien solamente tenían cierto renombre el extremo derecho Valdés II, cedido por el Sporting y el central Robles, veterano jugador que había llegado a primera con Mallorca y Celta, los demás –Gómez Rubio, Ricardo, Iribarren, …- ni tenían ni tuvieron nunca relevancia en el fútbol español.

Como el día del Mestalla, el partido no tuvo historia; el Langreo demostró desde el principio sus limitaciones y fue incapaz de hacer sufrir al Zaragoza. En las filas asturianas debutaba Juan Valdés, un prometedor extremo cedido por el Sporting, pero que no creo problema alguno a la defensa del Zaragoza.

El partido quedó resuelto en los primeros 20 minutos, con sendos goles de Galdós y Ocampos que dejaron el enfrentamiento visto para sentencia. A partir de entonces el equipo zaragocista comenzó a sestear y el encuentro se volvió aburridísimo, con un equipo que no quería y otro que era incapaz de crear peligro. En el 2º tiempo un gol al contraataque del recién salido Duñabeitia cerró el marcador de una tarde futbolística de la que sólo puede recordarse con agrado el resultado.

Al triunfo aragonés se unieron las derrotas de Leonesa, Logroñés y Rayo Vallecano, lo que acercaba al Zaragoza a la cabeza, aunque Castellón, Oviedo y Elche seguían intratables; empezaba a ser urgente que la superioridad que se mostraba en casa empezara a asomar también lejos de La Romareda. El siguiente partido sería en el campo del colista Ferrol, por lo que la oportunidad parecía propicia.

El Racing de Ferrol se había convertido en un histórico de la categoría, solía clasificarse en la zona templada de la tabla y tenía un equipo sólido y difícil de batir. Pero ese año el comienzo había sido desastroso, al mando de un uruguayo de poco renombre, Satur Grech, solamente había conseguido un punto en las primeras ocho jornadas, tras ser éste cesado y su puesto ocupado por el argentino Rafael Franco, había empezado a levantar el vuelo el domingo anterior tras ganar 0-1 al Pontevedra en Pasarón. El Racing mantenía el núcleo principal de la plantilla que tan buen resultado le había dado hasta entonces; destacaban el defensa libre Rivera, que al año siguiente se iría al Celta, el fino interior izquierda, Pedro Amado, que la temporada siguiente ascendería a primera con el Santander y el goleador Germán; a éstos había que añadir un buen número de jugadores versados en la categoría: los laterales Bastida y Carlos, el medio volante Ledó, el interior Arroyo y el extremo zurdo Unzueta. Sus incorporaciones más destacadas habían sido el delantero Goicoechea y el interior diestro Fortea, ambos de la cantera vasca.

Rafa Iriondo sorprendió con una alineación muy conservadora, en la que jugaban cuatro centrocampistas, dejando en el banquillo al goleador Galdós y devolviendo la titularidad a dos jugadores de corte defensivo: Molinos y Duñabeitia. El Ferrol salió a por todas y consiguió que el partido no fuera lo sencillo que se había previsto. Debutaba como titular en el equipo gallego el joven extremo Mortera, quien llevó toda la tarde a Vallejo por la calle de la amargura, en la otra banda el lateral Somaza era un constante generador de peligro. La primera media hora fue un calvario para la retaguardia aragonesa, teniendo su portero Villanova que recoger el balón del fondo de la mallas tras un cabezazo de Rivera a la salida de un corner. Una acción de oportunismo de Ocampos logró el equilibrio en el marcador poco antes de llegar al descanso.

Se esperaba que en el 2º tiempo el Zaragoza hiciera valer su superioridad, pero ésta tan sólo fue teórica, siendo el equipo incapaz de resolver ninguna jugada a su favor y teniendo bastante con controlar los contragolpes ferrolanos. El partido acabó en tablas y constituyó una nueva decepción.

Por Falçao.

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