1971-72 (7): Suspense hasta el último minuto

La enorme debacle de Mallorca dio lugar a una semana convulsa. La derrota en un partido donde el equipo se jugaba tanto, ante un rival muy inferior y por medio de un gol de un antiguo jugador no la perdonaron ni la prensa ni la afición y se respiró durante los siete días un ambiente de pesimismo y desazón. Había llegado la hora de la verdad y se había fallado lamentablemente. Pero aun había solución, al domingo siguiente los dos compañeros de puesto y puntuación, Elche y Castellón se enfrentaban en Castalia y una victoria del Zaragoza ante el Rayo Vallecano le devolvería necesariamente a puestos de ascenso, si bien nadie podía olvidar que luego había que viajar al campo del líder.

Los de Vallecas ya no se jugaban nada, por lo que la afición solamente temía a los propios fantasmas del equipo, aunque no recuerdo si también se habló de maletines. El Rayo solía ser uno de los aspirantes al ascenso, pero ese año había rendido un punto por debajo y había pasado la Liga en tierra de nadie. En La Romareda se presentó con un equipo poco competitivo, en el que destacaban el lateral Aráez, el sempiterno Felines y el goleador Illán.

No sabemos si por el fiasco de Mallorca o por otra razón, Iriondo realizó varios cambios: introdujo al canterano Royo en el lateral izquierdo, devolvió a la titularidad a Planas en detrimento de García Castany y volvió a contar con Leirós, que llevaba varias semanas sin salir, para que se enfrentara al que dos años antes había sido su equipo.

El Zaragoza demostró desde el primer minuto que el mazazo del domingo anterior no había dejado secuelas futbolísticas y dominó de cabo a rabo a un Rayo que, todo hay que decirlo, se tomó el partido a beneficio de inventario y no opuso resistencia alguna. Ocampos y Luis Costa resolvieron con puntería dos de los muchos ataques aragoneses, retirándose los equipos al vestuario con el encuentro prácticamente resuelto y con el Rayo pensando en que la cosa se acabara cuanto antes y el Zaragoza en el partido siguiente.

La segunda parte fue también entretenida, el Zaragoza no quiso asumir riesgos y no permitió que los madrileños se estirasen demasiado, poniendo Violeta colofón a una excelente actuación consiguiendo el gol que cerraba el marcador; el capitán zaragocista recogió un balón en el centro del campo rival y se dirigió con él hacia el área de Samper, lanzando un disparo que se coló por la escuadra; gran ovación del público y la felicidad de nuevo a la sufrida afición, que se quedó satisfecha con el 3-0 y mucho más cuando comprobó que el empate de los dos rivales levantinos devolvía al Zaragoza al segundo puesto de la Liga; el ascenso volvía a estar a mano.

La penúltima jornada tenía todos los alicientes para ser de infarto. El Oviedo había perdido en Pasarón y aún necesitaba un punto para asegurarse el ascenso matemático; el gran problema era que el empate podía no bastar al Zaragoza, pues tanto Castellón como Elche jugaban en casa contra rivales asequibles, Santander y Pontevedra, por lo que de ganar ambos tal empate dejaría a los blanquillos fuera de la meta.

El Oviedo terminaba la temporada en cabeza con todo merecimiento; Eduardo Toba había construido un equipo sólido, con una defensa inexpugnable que tan sólo había encajado 18 goles y contaba entre sus filas con jugadores de primerísimo nivel, como Carrete, Galán y Uría, que con el tiempo serían internacionales, además de otros con calidad de primera como Tensi, Javier, Iriarte y el meta Lombardía, que ese año había sido con diferencia el mejor de segunda.

El Zaragoza tenía que ir a Oviedo a por todas; su entrenador decidió repetir el equipo que se había impuesto al Rayo e intentó que los jugadores salieran al Carlos Tartiere concienciados desde el primer minuto. El día era lluvioso y el estadio estaba embarrado, circunstancia que todos sabíamos no beneficiaba precisamente a los blanquillos.

El partido comenzó de la peor manera posible, pues no habían transcurrido tres minutos y Galán, en un disparo que no parecía llevar peligro, batió a Manolo Villanova, que resbaló en el momento más inoportuno. Si la empresa era difícil, con el marcador en contra la situación se aproximaba a la desesperación. El Zaragoza quiso reaccionar y de hecho tomó el mando del partido, pero el Oviedo era un equipo rocoso y demostró porqué se había convertido en el equipo menos goleado de las tres categorías. Hubo varias oportunidades para empatar, pero ni hubo puntería ni se pudo superar el último obstáculo que constituía un excelente Lombardía.

Llegó el descanso con derrota mínima, a la vez que se sabía que el Elche vencía con comodidad al Pontevedra, mientras que aunque el Castellón no podía, por el momento, con el Racing, la derrota del Zaragoza le dejaba provisionalmente en el cuarto lugar.

En los segundos cuarenta y cinco minutos el Zaragoza, como no podía ser de otra manera, intensificó su dominio; García Castany salió por un desdibujado Leirós buscando reforzar el medio campo y llevar creatividad al juego aragonés, aunque volvía a ocurrir lo de antes: el Oviedo era muy difícil de superar atrás. A pesar de todo, cuando se estaba prácticamente en el tiempo de descuento, Luis Costa en una embarullada jugada en el área ovetense acabó introduciendo el balón en las mallas, consiguiendo un empate que al final resultó insuficiente, pues el Castellón acabó ganando su partido y en la tabla volvió a producirse el fatídico triple empate. Al acabar el encuentro se mezclaron las caras de decepción de los jugadores blanquillos que veían el ascenso más lejos que nunca con la euforia de los ovetenses, felices al ver al Oviedo regresar a primera tras prácticamente una década lejos de la élite del fútbol español.

El partido de Oviedo tiene una historia paralela; hay quien afirma que las directivas de ambos equipos habían pactado un empate a cero; el punto bastaba a los asturianos para asegurar el ascenso, mientras era considerado un mal menor por los aragoneses. El primer problema surgió cuando Villanova patinó y acabo en las redes un balón que nadie quería que entrara. A partir de entonces, Lombardía, que no quería perder el Trofeo Zamora al portero menos goleado de la categoría, se negó a encajar gol alguno, y solamente al final, prácticamente con la colaboración de jugadores propios y ajenos, se consiguió que se restableciera el equilibrio. Esta rocambolesca historia aparece relatada magistralmente por Eduardo González en su libro “Graznan, luego existo”, aunque quien como yo habla desde la perspectiva de un aficionado, que entonces tenía 13 años y solamente conoce lo que lee en la prensa, escucha en la radio y ve en la televisión y en el campo, solamente puede referirse a los rumores. Personalmente, no me creo la batalla, entre otras razones porque difícilmente puede pensarse que Lombardía viera peligrar el Zamora cuando había encajado diez goles menos que el siguiente equipo menos goleado, porque el empate no le servía al Zaragoza –estuvo a punto de dejarle otro año en segunda- y porque me parece muy difícil poner de acuerdo a tantos jugadores para admitir una farsa de ese tamaño.

Solamente quedaba un partido, el Zaragoza estaba fuera del ascenso y el último partido se celebraría al cabo de diez días; era demasiado tiempo para soportar tanta incertidumbre. Recuerdo que el clima entre los aficionados, al menos en el reducido ambiente donde me movía yo era de un pesimismo absoluto. Se suponía que el Castellón y el Elche, que iban a jugar, como el Zaragoza, en su propio campo, con todo el apoyo de sus aficiones, no dejarían bajo ningún concepto escapar la ocasión; se tenía, en definitiva, la enorme frustración que supone en fútbol no depender de uno mismo.

La única esperanza que le quedaba al aficionado, además de la victoria de su equipo ante el Cádiz, que se daba por supuesta, era que el rival del Elche era el Oviedo; no obstante, era una esperanza limitada y, sobre todo, desnaturalizada ante la evidencia de que los asturianos ya no se jugaban nada y difícilmente saldrían a jugar ni con la mitad de intensidad que lo habían hecho hasta ese momento. Eso sí, siempre cabía la posibilidad de incentivarlos, lo que a la vista de lo que pasó nadie duda ahora que se hizo.

En el ínterin se jugó la segunda edición del Trofeo “Ciudad de Zaragoza”; la primera había tenido lugar un año antes, en plena agonía del descenso y había sido ganado por el Colonia alemán en reñida pelea con Zaragoza y Anderlecht; este año el torneo volvía a ser triangular e intervenían, además del Zaragoza, el Palmeiras, uno de los grandes de Brasil, que contaba con jugadores del nivel de Leao, Luiz Pereira, Ademir da Guía, los extremos Edu y Ney y un joven atacante que pronto sería un feómeno, Leivinha y un histórico de la Liga alemana, el Hamburgo.

El Zaragoza estaba reforzado con un mediocampista chileno llamado Infante, del que nunca se supo si existía algún interés en ficharlo, realizando nuestro equipo unos partidos excelentes. El primer día se enfrentó con el Palmeiras, con quien empató a dos goles, con tantos blanquillos de García Castany y Ocampos, destacando un gol conseguido por Molinos de un durísimo disparo que el árbitro no quiso conceder por romper el balón la red y salir fuera de la portería.

Como alemanes y brasileños también empataron a dos goles, el último encuentro se convirtió en la auténtica final, venciendo finalmente el Hamburgo por 3-2, dejando una excelente impresión el Zaragoza y marcando sus dos goles el salmantino Lozano, un joven ariete que había figurado en la plantilla del Aragón y que apenas había disputado partidos con el filial. Por segundo año consecutivo la copa se iba a Alemania y el equipo local se quedaba sin ella; de cualquier manera, estaba claro que no era este el premio que había de conseguirse.

El día 1 de junio era jueves; debía de ser la Ascensión o el Corpus Christie, uno de esos jueves que entonces relucían más que el sol, y fue una fecha que a partir de ese año ya reluciría para siempre en el firmamento del zaragocismo. Recuerdo que hizo un día espléndido, y a pesar de las reducidas expectativas que había, los aficionados fuimos a La Romareda con la única ilusión de alentar al equipo y la oculta esperanza de que no se impusiera lo que los expertos consideraban la lógica del fútbol.

El Cádiz que venía a Zaragoza iba a ser muy distinto que el que tan solo 30 días antes se había impuesto a los blanquillos en el Ramón de Carranza; aunque estaba prácticamente abocado a jugar la promoción, ya había evitado el descenso automático y no se jugaba el todo por el todo, además de ser un equipo netamente inferior al aragonés. Naya presentó una alineación valiente, con Otiñano, Machicha y Baena en el ataque.

En el Zaragoza se produjo la reaparición de González, siendo la presencia de Oliveros en el extremo derecho la otra novedad reseñable. El partido comenzó sin demasiada intensidad, en el ambiente se respiraba una tensión especial y los jugadores parecía que tenían la cabeza más fuera que dentro del rectángulo de juego. El Zaragoza dominaba, lo que no podía ser de otra manera, pero no creaba excesivas oportunidades y el empate sin goles se prolongó hasta el último tercio de la primera parte. En Castellón y Elche tampoco había novedades, por lo que parecía que se daba una prórroga a la ilusión. Cuando el reloj se acercaba al minuto 40, el Zaragoza sentenció el partido con dos ataques prácticamente seguidos, en el primero un centro desde el extremo lo cabeceó Galdós en la misma boca de gol, mientras menos de dos minutos después una pared dejaba a Luis Costa delante de Paco, a quien batía por bajo. Se llegaba al descanso con el marcador resuelto, mientras los rivales para subir no conseguían levantar el empate. En el descanso el Zaragoza estaba en primera.

El segundo tiempo no tuvo más historia que la tensión en las gradas y la búsqueda de noticias desde Levante. Al poco de iniciarse, Galdós batía de nuevo la meta rival y a partir de entonces ninguno de los dos equipos buscó más espectáculo; solamente se estaba pendiente de que pasara el tiempo. En un momento dado se supo que en Castalia se terminaba la esperanza para el Zaragoza, pues Planelles y Tonín habían batido la portería mallorquinista y dejaban a su equipo con los dos pies en primera, ya solamente quedaba confiar en el Oviedo.

El canterano Molinos conseguía el 4-0, su primer tanto como zaragocista; fue a la salida de un corner y tras batir al meta rival el zaragozano hubo de ser atendido por las asistencias; nadie celebró un tanto que era el último de la temporada ….. faltaba poco para saber si también era el último en segunda división.

De Elche no venían excesivas noticias, en la esquina de infantil donde quien escribe presenciaba el partido tan sólo se comentaba que persistía el empate sin goles; el encuentro en La Romareda concluyó, y tanto jugadores como aficionados permanecieron en sus puestos; había un silencio que asustaba. En una de las cabinas de la prensa estaba el jefe de deportes en Zaragoza de Radio Nacional, Ramón Burunat García, “Raimon”, que haciendo círculos con los dedos pulgar e índice de ambas manos, informaba que en Altabix seguía sin haber goles; por fin el citado periodista indicó que el partido concluía con empate: el Zaragoza regresaba a primera. Los espectadores se dieron cuenta de lo ocurrido cuando los jugadores, con su capitán Violeta destacadamente al frente, se dirigieron dando saltos de alegría hacia el centro del campo; hubo un estallido de euforia y muchos aficionados saltaron al campo. Se había pasado del pesimismo a la esperanza, de ésta a la tensión y, finalmente, al jubilo más absoluto.

Habían transcurrido nueve meses desde que se iniciara la Liga, se había sufrido mucho, con momentos en los que parecía que el ascenso se escapaba de las manos, con frustraciones notables, derrotas absurdas e inesperadas y, sobre todo, incertidumbre permanente, pero al final todo había valido la pena.

Un análisis frío y desapasionado de la campaña en segunda podría aportar críticas y comentarios duros, pero se había cumplido la misión y había que valorar lo bueno; el Zaragoza había sido un equipo fuerte en casa, donde solamente había dejado escapar cuatro puntos y había machacado a casi todos sus rivales, a quienes había hecho encajar la friolera de 49 goles; aunque a domicilio había tenido pinchazos sonoros que a punto estuvieron de costarle el ascenso, supo reaccionar a tiempo en los momentos más críticos –Tenerife, Langreo, Alicante, Oviedo, …- y supo utilizar la experiencia cuando parecía que todo estaba perdido.

Aunque “todos los hermanos fueron valientes”, el ascenso tuvo nombres propios; el primero el de José Ángel Zalba, el único que tuvo agallas para creer en que el milagro era posible, y junto al presidente, hay que citar a dos hombres que asumieron el timón de mando en banda y césped: Rafa Iriondo, un bilbaíno que se hizo querer y acabó llevando a buen puerto una nave difícil de manejar y el capitán Violeta, que había jugado los 38 partidos y había sabido ser el auténtico líder en el campo y en el vestuario; el de Torrero ya había pasado a la historia tras ganar la Copa y la Copa de Ferias, así como un subcampeonato de Liga, pero su puesto en la gloria zaragocista no iba a ser menor por lo realizado ese año.

También cabía destacar a Manolo Villanova, que aportó veteranía y seguridad al engranaje defensivo aragonés, así como a Rico, que había hecho una temporada portentosa como lateral ofensivo, a Luis Costa y Ocampos, dos veteranos a los que se quería jubilar y que acabaron siendo imprescindibles para lograr el éxito final, a Molinos y Galdós que llevaban camino de convertirse en dos de los jugadores con más futuro de España, a Planas, García Castany, ….. todos y cada uno habían puesto su granito de arena en el éxito de la empresa.

El domingo siguiente el club organizó deprisa y corriendo un encuentro de homenaje al equipo y su afición por el ascenso conseguido; el equipo elegido como rival fue la Universidad Católica de Chile. El Zaragoza alineó a dos equipos distintos en cada parte, pudiendo así jugar toda la plantilla disponible; el resultado final fue de 2-1 a favor de los locales, marcando los goles Ocampos y Lacruz, el gol de los chilenos fue obra de Galleguillos, un extremo que dos años después ficharía por el Salamanca, con el que llegó a jugar en la máxima categoría española. En el equipo andino jugaba como ariete un tal Quetglás, un goleador de origen español por quien decían se había interesado el Zaragoza, aunque no parece que la cosa fuera más que un rumor; desde luego el delantero regresó con sus compañeros a Chile y acabó firmando por el Elche, donde solamente aguantaría una temporada.

Por Falçao.

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