Corazón de León. Copa 2004, recreémonos

¡Atención, minuto 111 de partido! Es el rapado el que controla el balón. Avanza Movilla hacia campo madrileño. Pasa ante la mirada de un desaparecido Zizou. Cede a Galletti en buena posición. No se lo piensa. ¡Tira y !

Era el día perfecto, el Real Zaragoza jugaba la final esa noche en Montjuïc frente al equipo de los galácticos. Aquel día era especial y el ambiente que se vivía en la calle era distinto, como si todos pensásemos en lo mismo pero nadie dijera nada a nadie. Se oían pitidos de coches que emulaban una conocida musiquilla que hacia recordar que eras uno de los elegidos que se iban a la final. Gritos y risas adornaban el asfalto vestido de blanquiazul salvo contadas e inmundas excepciones para llamar la nota. La gente andaba, unos hacia un autobús que les llevase a Barcelona, otros, a otro lugar, pero todos pensando lo mismo.

Aun faltaban unas cuantas horas para el comienzo del partido pero los primeros cánticos no fueron en el Olímpico sino en el autocar. El ambiente se animaba, la gente no pensaba en quién era el rival, todos cantaban con una misma voz, con una misma camiseta, con unos mismos colores, con el mismo deseo de ver a Cuartero alzar la grandiosa Copa del Rey por encima de todo. 5 minutos. Luego cada uno se zambulló en sus pensamientos y preocupaciones mientras los 120 kilómetros por hora ya se alcanzaban. ¿Ganaría el Real Zaragoza la Copa? ¿Y si no? No, no creo, ni pensarlo. ¿Pero? No, no. Vamos a ganar. Claro que si. Mira ya sólo faltan 174 kilómetros para Barcelona. A ver si paramos a mitad de camino De nuevo unos cánticos dispersos de un aficionado rompieron la monotonía por unos segundos, hasta que se dio cuenta que la final aun no había comenzado, que el viaje era largo y que la gente más que ganas de cantar tenía deseo de llegar.

Dicho y hecho. Los kilómetros se recortaban y la ciudad condal se acercaba ante mis ojos abiertos y soñadores. Entonces me acordé de algo que había oído antes acerca de los atascos y aglomeraciones a la entrada a Barcelona. En hora mala me acordé ya que al acercarnos al horizonte pudimos ver cientos de lucecitas rojas de posición. Entonces pensabas que aun quedaba mucho tiempo para el comienzo del encuentro y la preocupación no te afectaba. La gente seguía ocupada burlándose de los autobuses madrileños. Comenzaba la preparación para la final.

La presión y la impotencia, ya previstas por el conductor, empezaban a cundir. Fue una hora y media interminable llena de pitidos e indicaciones que al final mereció la pena ya que a falta de un cuarto de hora para el comienzo del partido llegamos todos a Montjuïc.

Costaba encontrar la puerta de entrada pero cuando las prisas reinaban en la gente, una luz de los focos del estadio que más que cegar, atraía, me iluminó el rostro, pintado con una sonrisa.

Aquello fue una sensación indescriptible que se amplió cuando, al subir unas escaleras, te metías de lleno en la grada del estadio donde los latidos de más de 20.000 leones latían y rugían al compás del cántico de ¡Zaragoza, Zaragoza! Aquella visión, aquella sensación me marcará para siempre.

De pronto la gente enmudeció al sonar un pitido, y, con un minuto de silencio que unos impresentables rompieron, se homenajeó a las víctimas del 11-M. De nuevo otro pitido y el balón comenzó a rodar por el campo. Entonces sentí que algo grande iba a pasar aquella noche pero me lo guardé porque quería guardar aquel precioso presentimiento.

Todos los zaragocistas éramos uno, nuestros gritos eran a la vez que ensordecedores, animosos e indomables, y, ni el gol de la barbie Beckham de falta bien botada en la que poco pudo hacer el de Silos, pudo acallarnos, ya que, aquel día, íbamos a ganar.

Nuestro júbilo no paraba y aunque pareciera increíble nuestros cantos no pararon en todo el partido y ello hizo que el Madrid bajará el listón y dejará jugar al fútbol al Zaragoza. Se veía venir, internada perfecta del carioca Savio por su banda, centro medido al área para un Dani sensacional que, tras el error garrafal de la defensa madrileña, abría de par en par las puertas de la victoria con un derechazo imparable al que poco le faltó romper la red.

La noche había cambiado, el cierto miedo que se podía sentir por el marcador en contra se había esfumado y la gente entonces supo que, si Lainez seguía parando todo, Milito seguía providencial, Álvaro seguía seguro en el corte, Cani y Savio seguían creando peligro, Toledo y Cuartero se-guían ayudando al centro y a la defensa, Movilla seguía distribuyendo el juego, Dani corría y tiraba y Villa seguía buscando su gol, la Copa se iba a ir al ciudad del Ebro.

Todo siguió igual y como si de un sueño se tratase, Villa abría su particular tarro de las esencias al transformar un penalti claro cometido sobre él mismo al final del primer tiempo. El guaje estallaba de alegría y la afición se moría de gozo. Se había dado la vuelta al marcador y la afición maña disfrutaba viendo jugar a su equipo con un fútbol de clase que estaba bajando a la tierra a los supuestos galácticos. Llegó así un merecido descanso no sólo por el esfuerzo de los jugadores sino también por el derroche de la afición maña.

No había que esperar más. El tiempo de descanso se cumplió y la segunda parte arrancaba ya con el 2-1 favorable al Real Zaragoza. De nuevo volvieron los cánticos, los gritos, los ánimos y los miedos, ya que a los pocos minutos, era el mono de Roberto Carlos el que ponía el empate con un potentísimo disparo que sorprendió por bajo a Lainez en un saque de falta.

La emoción estaba servida. Casi 45 minutos por delante, no aptos para cardiacos, restaban para el pitido final. El vendaval de juego que ofrecía el Zaragoza albergaba seguridad e ilusión y, aunque los maños se quedaran con un jugador menos por la expulsión de un fantástico Cani, el derroche de buen fútbol que mostraba hacía pensar en la sexta.

Era el momento del baile de cambios y el salesiano Víctor sacó al huesitos Galletti, al incansable Generelo y al pichón Juanele por parte del Zaragoza mientras que un improvisado Portillo fue sacado al campo por parte de un mal Queiroz.

Se acababa el tiempo y la prorroga llegaba. Todos nos acordábamos entonces de las oportunidades falladas, de que estábamos con uno menos y de que la suerte podía favorecer a cualquiera.

Comenzó la prorroga y como si de una aviso se tratase, Zidane sacó un disparo que muchos vieron dentro pero que repelió Lainez con una habilidad felina vista sólo en los grandes porteros, y éste lo era.
El susto fue pasajero puesto que el Zaragoza dominaba aunque no acertaba a sentenciar. Con esta sensación se alcanzó ya la mitad de la segunda parte de la prorroga.

La afición se dio cuenta pues de que el Zaragoza no merecía los penaltis. Cantó más fuerte que nunca y animó incansable. Ello hizo que el espíritu de los 20.000 aficionados presentes saltase al campo y se posara en el argentinito Galletti que al coger el balón y, como bajado del cielo y ungido por la bota de Nayim, disparó con la potencia de los dos colores zaragocistas y consiguió un gol que valía una final, una Copa, unos colores, una afición. El efecto del Roteiro fue imparable para el por-tero César.

La euforia se desató en el Olímpico que veía como la palabra gol retumbaba en sus cimien-tos: ¡Gooooooooooool! ¡Gooooooooooooooooool! ¡Gol! ¡Gol! ¡Gol! ¡Gol! ¡Gol! ¡Gol! ¡Gol! ¡Gol! ¡Goooooooooooooooooooooooooool del Zaragoza, Galletti, Galletti, Galletti!

No dio tiempo para más y al canto de campeones, campeones concluyó una de las mejores finales de la historia que dio como justo vencedor al Real Zaragoza.

La alegría se liberó, una sensación de júbilo recorrió el cuerpo de 20.000 forofos que se habían entregado a su equipo, y un equipo fue a la grada a celebrarlo ya que se había entregado a su afición. Cuartero, el eterno capitán alzo por fin el deseo de todos. La ocasión lo justificaba, el Zara-goza había ganado el partido, la final, era el campeón de la Copa del Rey 2004.

La fiesta acababa de empezar, el viaje de vuelta fue un mero trámite y la alegría desbordada de la afición se hacía notar.

Se acababa de escribir con letras de oro una página del libro del zaragocismo donde yacían momentos históricos como la Recopa de París. La final de Barcelona pasará a la historia como una hazaña heroica donde el león venció al presunto juego galáctico con fervor, ambición y humildad, características todas del equipo de la Pilarica.

Existe una leyenda que cuenta cada vez que pasas al lado de Montjuïc puede oír los gritos de campeones, campeones que cantaron los aficionados maños. Quizá sea cierto. Probablemente.

Por Fernando Calvo.

aupazaragoza

Deja tus comentarios el foro de AupaZaragoza.com. El Real Zaragoza es nuestra pasión.

Comentarios

(required)