Eterna rivalidad

La rivalidad deportiva entre Osasuna de Pamplona y Real Zaragoza, ha sido es y será polémica, entusiasta, ardorosa y hasta una cuestión de amor propio. Al fin y al cabo siempre se ha dicho que: aragoneses y navarros, primos hermanos. Luego si en las familias es donde tiene lugar las mayores grescas, no es de extrañar que los partidos entre los dos primeros clubs navarros y aragonés, por aquello del «parentesco» dicho, sean siempre como riñas de perros y gatos. Los viajes a Pamplona, para jugar cualquier Osasuna-Zaragoza, han sido en muchos casos, motivos de algaradas. La proximidad de las dos ciudades, propiciaba el desplazamiento masivo de «hinchas» y las subsiguientes «ganicas de enredar» de los «forofos», siempre han sido grandes, chocando, como es natural con los indígenas, que no querían dejarse apabullar por los forasteros….Y esto no es nuevo en ningún meridiano del mundo. Son atavismos ancestrales, cuyo origen fueron las luchas tribales (salvando las naturales distancias).

Recordemos uno de estos partidos Osasuna-Zaragoza, el 12 de octubre de 1933, con unas incidencias, divertidísimas vistas desde 2008. Entonces no se viajaba con la facilidad que en los tiempos actuales, y no había desplazamientos de «hinchas» en numero masivo (ni siquiera minoritarios), y los enfrentamientos no eran en las gradas, pero….¡ en el campo !, y sobre todo contra el equipo visitante….Vamos a relatar los incidentes de aquel partido.

El ambiente en Pamplona estaba al rojo vivo, por el partido anterior en Zaragoza, en el que además de perder Osasuna, había habido «sus mas y sus menos». El desplazamiento se hacia en el día. Salieron de Zaragoza la misma mañana del domingo a comer a Pamplona y regresar inmediatamente después de acabado el partido para cenar cada cual en su casa. Había que reducir gastos al máximo.

Al campo de San Juan no se quiso ir en el autobús con el que se hizo el desplazamiento, porque la experiencia avisaba que peligraba la integridad del vehiculo; y entonces se desplazaron, desde el restaurante donde habían comido, en sendos taxis, y con la anticipación normal. Una vez en el campo, se les dijo a los taxistas que volvieran a buscarlos media hora después de terminado el partido, e incluso no se les pago la carrera de ida. Se acordó que cobrarían al final del servicio. Y ! como estaría el ambiente, que no volvieron a buscarles¡….Prefirieron perder el importe del primer viaje, ante el riesgo de perder el vehiculo, o por lo menos que lo averiaran. El partido fue de lo mas borrascoso, agravado al máximo porque el Zaragoza cometió la osadía de ganar. Fue por 0-1, con la anécdota de que el único tanto fue un error garrafal de su portero que, ante un balón fácil, que recibio de un compañero en sus brazos; quiso hacer una posturita bonita para los fotógrafos, y le reboto en un antebrazo, saltando por encima de su hombro derecho y metiéndose en la portería. Un fallo que fue sin duda la espoleta determinante de cuanto vino después. Un dominio total e incesante de Osasuna, con aquellos estupendos delanteros: Vergara, Catachu, Bienzobas, que no encontraban manera de desbordar a la defensa zaragocista; y cada vez menos a medida que avanzaba el reloj, porque iban poniéndose cada vez mas nerviosos y mas imprecisos.

La general del campo de San Juan, era con unas gradas de carbonilla apelmazada, sostenida por tableros de madera, y era fácil arrancar unos trozos gordos, macizos, irregulares…..que convertían en proyectiles peligrosos, no solo por la posible contusión, sino por los rasponazos que inevitablemente se producían al menor contacto con la piel. Pues bien, si la pelota en los azares del juego salía por la banda de general, y habia de ponerla en juego un jugador zaragocista, inevitablemente lo hacia acompañado de los «carbonillazos» correspondientes, hasta el punto de que ninguno se atrevía a realizar el saque. Tenían que ponerse detrás del jugador, tres o cuatro guardias de Asalto, mirando hacia el publico, para que se pudiera hacer la jugada, tras la que salía disparado hacia el centro del terreno huyendo de la pedrea inevitable. Todo el segundo tiempo, Catachu, el extremo izquierdo de Osasuna, que jugaba por la banda de general, jugo completamente solo, sin contrario alguno que acudiera a marcarlo, o a intentar cortar sus arrancadas. Jugo a placer.

Al salir los jugadores para iniciar el segundo tiempo del encuentro, (el «desaguisado» del gol zaragocista había sido a mitad del primero) hubo un momento que pareció dramático aunque mas tarde resulto gracioso

La salida de los equipos al campo de juego era por uno de los ángulos de la general, y la presencia de los jugadores zaragocistas fue amenizada con una «carbonillada» fenomenal. Entonces, uno de los nuestros–Sebastian Municha–cayo al suelo como fulminado por un rayo, al parecer con un impacto en la cabeza. Cesaron de caer proyectiles, como por ensalmo; todos se asustaron incluso los lanzadores. Con el susto correspondiente salto al campo el Dr. Paricio, con Benjamin Simón que llevaba el botiquín. Al acercarse al corrillo alrededor del lesionado, les dijo este guiñándoles un ojo: -No me han hecho nada, pero como veis, han dejado de tirar piedras-. En efecto, había cesado la agresión. no tiraron mas carbonilla y los demás «pasaron el Rubicon» sin daño alguno. El Dr, Simón y el chofer, pasaron todo el segundo tiempo cogidos del brazo de un teniente de los de Asalto. Tampoco entonces viajaba gente acompañando al equipo y en todo el campo solamente estaban los tres citados mas los tres reservas como representación zaragozana.

Diez minutos antes de terminar el partido, en vista del cariz que tomaban las circunstancias, se envió a Paco Pó, el chofer del autobús, a que se fuera andando a Pamplona, cogiera el vehiculo y se fuera a esperarlos a Noain, siete kilómetros hacia Zaragoza. Esperaban que los taxis que les habían traído y que iban a volver a buscarlos, les llevarían hasta el vecino pueblo y así evitar desperfectos al coche.

Y termino el partido con la victoria nuestra, lo que desato !todavía mas¡ las iras del respetable. Fuertemente protegidos por la fuerza publica, se refugiaron en el seguro de los vestuarios. Los guardias tuvieron que dar varias cargas para desalojar el terreno de juego y los alrededores, donde una fuerte cantidad de «levantiscos» espectadores, esperaba, sin duda, para hacerles una «entusiasta despedida».

Como los taxis no fueron a buscarlos (perfectamente comprensible), hubo que tomar una determinación para poder salir de allí sin mayores males. De acuerdo con el capitán que mandaba los guardias de Asalto, salieron en un autobús de la fuerza armada que era uno de aquellos grandes, abiertos, con un toldo de lona todo a lo largo, en cuyos bancos se apiñaron todos los zaragocistas con los cestones de equipo y calzado encima de las piernas; y los guardias se situaron de pie en los estribos que iban a lo largo de todo el vehiculo, agarrados a los soportes del toldo. Como los grupos les esperaban hacia la ciudad, salieron en dirección contraria y por Barañain, salieron a la carretera general cerca ya de Noain. Al encontrarse en este pueblo con el autocar de Paco Pó, les dejaron los guardias, a los que se despidió con agradecimiento y afecto con un estruendoso y unánime; !Vivan los guardias de Asalto¡…..que lleno de perplejidad a cuantos transitaban por aquellos parajes. Y sin perdida de tiempo, a casita. Nunca corrieron tanto, porque a cada momento los chicos azuzaban al conductor con los gritos de animo diciendo una y otra vez a Paco: ! que vienen ahí detrás unos coches de Pamplona¡.

Llegaron a Zaragoza en un tiempo record.

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Por Goal.

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